miércoles, 9 de noviembre de 2016
viernes, 4 de noviembre de 2016
La revolución educativa
Propaganda de Google y Samsung con forma de noticia: http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2016/05/13/actualidad/1463136228_177046.html.
Si en todos los lugares donde aparece la palabra “experto”, se dijera “experto
en dispositivos electrónicos”, la trampa de la noticia quedaría totalmente al
descubierto, pues no se cita ningún otro tipo de experto.
En las aulas inteligentes, en lugar de libros, se usan
tabletas digitales para “gestionar las clases y potenciar la innovación”. Pero,
¿cuál es el objetivo de la innovación? Ninguno concreto, pues es un fin en sí
mismo, como lo son la felicidad, la amistad o el amor, ya que se trata de que
las personas se enriquezcan a sí mismas innovando. Así, cuando el día de mañana
se incorporen al mercado de trabajo podrán disfrutar innovando al mismo tiempo
que trabajan, sin importarles que los productos innovadores que ayuden a crear
en sus empresas sean la base del capitalismo actual (y futuro, es de suponer):
sin innovaciones permanentes, es decir, sin productos nuevos que se conviertan
en viejos en el mismo momento de su adquisición por parte de los consumidores y
que no harán otra cosa más que aumentar los deseos de consumir más
innovaciones, la rueda loca del sistema económico no podría seguir girando cada
vez a mayor velocidad.
Dice un experto citado en la noticia
que “la mayoría de nuestros centros no han cambiado nada en dos o tres siglos.
Allí se están formando los profesionales del futuro, así que tienen que estar
adaptados a las necesidades actuales.” Y lo primero que se le viene a uno a la
cabeza es que si dichos centros han aguantado tanto tiempo sin cambiar debe ser
porque algo bueno debe haber en ellos para que sigan funcionando sin que las
autoridades competentes hayan hecho nada para modificarlos. Pero esta es una
visión caduca y errónea, dirán los expertos en tecnologías educativas, porque
en realidad las inercias del mundo real son muy fuertes como para poder cambiar
lo que se lleva haciendo mal durante siglos. Y el argumento definitivo se ve en
la segunda afirmación del citado experto: “adaptación a las necesidades
actuales”, que no son ya las matemáticas, la lengua o la historia sino los
medios que se deben usar para aprender
las mismas. Si el medio es suficientemente atractivo, las materias de estudio
lo serán automáticamente, por eso insisten en que, de todos los beneficios que
aportan las nuevas tecnologías al aprendizaje,
el más destacable es la motivación de los alumnos, como atestigua la profesora
Silvia Casquete: “Antes les decías a los chavales que sacaran el libro por la
página 36 y la respuesta siempre era ¡Qué
rollo!. Ahora no hace falta que les pidamos nada y ya está la tableta
encima de la mesa para trabajar.” Además de todo esto, al estar “adaptados a
las necesidades actuales”, podrán adaptarse mucho mejor a las necesidades
futuras, cuando ya sean trabajadores, y de esta forma ser más productivos y
estar más integrados en la sociedad.
miércoles, 2 de noviembre de 2016
Es el progreso, ¡idiota!
El nuevo jefe de
la sección de opinión en el periódico El País, José Ignacio Torreblanca, hace
unos días defendía a ultranza la globalización en su breve artículo
“Ideas de romano” (http://elpais.com/elpais/2016/10/19/opinion/1476886069_846397.html).
Es curioso que él mismo contravenga los consejos que dan en la propia sección
de opinión del periódico, donde se puede leer una guía básica sobre cómo
“colaborar” con ellos en la que se afirma que “los argumentarios y los
manifiestos no son bienvenidos”, pues resulta evidente que la columna del señor
Torreblanca tiene pocos y torticeros argumentos, pero sí es un manifiesto muy
breve a favor de la globalización.
En su columna echa mano de la
única, que yo recuerde ahora mismo, “píldora” de ideología conservador de la
película La vida de Brian, que, sin
embargo, es una divertida e irreverente película sobre la vida de
Jesucristo. En una reunión clandestina
de una célula revolucionaria judía que quiere acabar con la ocupación de los
romanos en Judea, el jefe pregunta retóricamente “¿Qué han hecho los romanos
por nosotros” y recibe sucesivas respuestas de los militantes que acaban
desbaratando la intención inicial de la pregunta. Lo cual da lugar a la
situación cómica en la que el mismo jefe que preguntó acaba diciendo “Vale,
vale, aparte del acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la educación, la
seguridad y la paz, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?” y entonces
contestan todos “Nada, nada”. Y digo que la escena es en el fondo conservadora
porque se da a entender que dichos revolucionarios no quieren ver la obviedad
del progreso que la invasión del Imperio les trajo y seguir, por tanto, con sus
nuevas y buenas vidas. Pero resulta que los romanos no pidieron amablemente
cambiarles sus costumbres sino que las impusieron por la fuerza de las armas,
con toda la carga de sangre y sufrimiento que conllevó para su pueblo. Pedirles
a los romanos que se volvieran por donde habían venido a pesar del bienestar
material que les habían traído -el cual, por cierto, podrían seguir
administrando los judíos por su cuenta sin necesidad de tener a los dominadores
gobernándoles-, sería muy desagradecido por su parte, según la visión
progresista y vencedora del asunto. Claro está que nada de esto cabe en la
escena cómica de la película para que pueda seguir siendo cómica.
Dice Ignacio Torreblanca que
España es uno de los países que más se ha beneficiado de la globalización y es
cierto, pero se olvida mencionar que no todos, dentro y fuera de España, se han
beneficiado igual ni de la misma manera, y que además, en el lado de los
costes, también ha sufrido y sufre la violencia de la misma; aunque España,
como “país rico” que es, sufre un tipo de violencia menos descarnada que la de
la mayoría de países pobres. Cito a continuación unos párrafos (páginas 216 y
217) del libro Raíces económicas del
deterioro económico y social, del economista José Manuel Naredo (Editorial
Siglo XXI):
“No todos los países pueden
beneficiarse a la vez de una relación de intercambio favorable, como tampoco
todos pueden ejercer como atractores del ahorro del mundo. Al igual que no
todas las empresas pueden salir triunfantes en la pelea de la competitividad,
ni menos aún en el juego de fusiones y
adquisiciones en boga. La necesidad de las empresas de emitir dinero financiero para comprar otras
empresas y de crecer en tamaño para dificultar ser compradas por otras se
presta bien a la metáfora depredador-presa. No en vano el vicepresidente y
consejero delegado del principal grupo bancario español reconoció que “las
fusiones entre iguales […] son escleróticas por no crear valor” y se mostró
partidario de las adquisiciones que denominó “darwinianas”: “esas son las
buenas, las que crean valor” (Saenz, 2005). Cabe constatar que la figura del empresario
tradicional con finalidad productiva se ha desplazado hacia la de los nuevos condottieri de la competitividad y las
finanzas, cuya práctica empresarial parece inspirarse más en Maquiavelo que en
Smith. Así lo prueba el libro Maquiavelo:
Lecciones para directivos (Jay, 2002) publicado por una editorial
especializada en economía de la empresa, evidenciando que los consejos de Smith
se revelan poco operativos para las prácticas empresariales de nuestro tiempo.”
[…]
“La polarización
social y territorial que se observa a todos los niveles de agregación llega a
escindir también los patrones demográficos entre países, entre regiones y entre
barrios ricos y pobres de acuerdo con los modelos antes indicados. En efecto,
en Naredo (2005) se confirma que, en el último cuarto del siglo XX, las curvas
de supervivencia y las curvas de natalidad por edades de la población de la
mayoría de los países ricos y pobres se ajustaban, respectivamente, a las
típicas de depredadores y presas, encontrándose en posiciones intermedias los
países llamados en “vías de desarrollo”. Y, como hemos indicado, la
polarización social y territorial se proyecta también dentro de los países e
incluso dentro de las ciudades, haciendo que la esperanza de vida caiga, en los
barrios desfavorecidos de los países ricos, por debajo incluso de la media de
los países más pobres.”
Esto que escribía Naredo en 2007 se refiere a la globalización económica
que se inició en los años setenta y que no tiene parangón con el tipo de
economía de mercado que existía en Europa y EEUU, principalmente, entre el
final de la Segunda Guerra mundial y los citados años setenta, por mucho que
sea su origen. Esta época es conocida entre los historiadores como los “treinta
gloriosos”, que fueron los años en que en Europa, además de reconstruirse la
economía de mercado, se creó el llamado estado de bienestar, que, entre otras
cosas, instauró la base social de la economía: educación, sanidad y pensiones
públicas y de calidad, además de trabajos estables y, en buena medida, también
públicos. Todo esto, que, por otro lado, tampoco pudo ocurrir sin unas obvias
relaciones de injusticia entre los países ricos de Europa (y EEUU) y el resto
de países pobres con los que se comerciaba, es lo que se ha ido desmontando en
la fase actual del capitalismo, es decir, desde mediados de los años setenta
hasta hoy. Pretender, como hace Torreblanca en su articulillo, convalidar esta “segunda
globalización” con los avances en las condiciones de vida de los ciudadanos
(españoles, en este caso) durante la “primera globalización”, es un dislate.
La última y definitiva prueba de lo desacertado de la comparación por
parte de nuestro articulista la encontramos al final, cuando, para definir el
bienestar actual, nos habla de las grandes ideas de nuestro tiempo: “Facebook,
iPhones, Internet, Ryanair, coches eléctricos, Pixar, …”, dice. Es muy
revelador que cuatro de estos seis ejemplos que pretenden dar idea de los productos o servicios que hacen de nuestra vida
globalizada una buena vida sean directamente nombres propios de compañías globales,
cuya sola mención hace acallar discrepancias porque son el oráculo moderno, el progreso
mismo. En esto, el señor Torreblanca coincide con el sentido común de cualquier
capitalista integrado –el cual puede ser, como de hecho es, cualquiera, aunque
no tenga donde caerse muerto-, como me recordó un alto ejecutivo cuando yo
mantenía una conversación con él sobre estos temas hace tiempo: me enseñó su
iPhone y me dijo “Esto es el progreso”. En fin, ante la terquedad de los hechos
sólo cabe callar y asentir.
viernes, 21 de octubre de 2016
Más patrañas
0:05 ¿Qué es lo que podría salvar el mundo?
0:08 La humanidad
0:10 Sí, sí... La conciencia. Que la humanidad tome conciencia de que tiene que salvar el mundo
0:15 Parece que últimamente lo único que quiere es solo salvarse su...
0:20 ¿culo se puede decir?
Después de la anterior campaña
publicitaria del banco Sabadell, que titularon Nuevos tiempos y que iba dirigida a la gente y a las empresas en
general (ya conté cómo uno de los anuncios televisivos de la misma me cambió la
vida, por cierto), en la que se trataba de que mirásemos el futuro con
confianza y optimismo a la vez que se reforzaban los “valores” de proximidad,
confianza y compromiso con los clientes, nos sorprenden ahora con otra que se
llama 100 respuestas inmediatas. Esta
vez se trata de dirigirse a todo aquel que tenga un negocio, un comercio o sea
autónomo, con la intención declarada de “desplazarse para nuestras
necesidades”. Para ello nos muestran las respuestas “naturales e improvisadas”
de una serie de personalidades españolas que aparecen, como es habitual, en
primer plano y en blanco y negro, y de esta forma intentan producir cierta
sensación de “veracidad”.
En
realidad no importa que dichos anuncios vayan dirigidos a trabajadores o a
empresarios, pues, como dice el filósofo Antonio Valdecantos, sin ningún asomo de ironía, los empresarios
son los que más trabajan y los trabajadores son también empresarios,
especialmente en sus “vidas privadas”. Así que todos nos podemos beneficiar de
los mismos consejos prácticos.
Una
de esas conversaciones con respuestas inmediatas se puede ver en Internet y
tiene al exjugador de baloncesto Fernando Romay como interlocutor; dice así:
0:05 ¿Qué es lo que podría salvar el mundo?
0:08 La humanidad
0:10 Sí, sí... La conciencia. Que la humanidad tome conciencia de que tiene que salvar el mundo
0:15 Parece que últimamente lo único que quiere es solo salvarse su...
0:20 ¿culo se puede decir?
Dejemos a un
lado el sarcasmo horrible que significa que el banco Sabadell diga que
lo único que quiere alguien (la humanidad,
en este caso) es salvar su culo, cuando fue este mismo banco el que compró la
Caja Mediterráneo (CAM) en 2011 a precio de saldo (un euro) para ganar cuota de
mercado sin importarle lo más mínimo que el Estado hubiera “rescatado”
previamente dicha Caja y saliera perdiendo (por varios miles de millones euros)
con la operación. Si yo hubiera tenido que responder a esa pregunta del Banco,
habría preguntado primero ¿Salvar el
mundo de qué?, pero comprendo que, cuando el objetivo es la inmediatez, no
caben preguntas por parte del que responde, con lo cual yo habría respondido
seriamente: “Está claro: ¡los superhéroes!
Apenas llevan ochenta años intentándolo, pero démosles tiempo, que la empresa
no es fácil”. Por otro lado, es innegable que el toque de naturalidad lo
aporta el Banco insinuando la palabra culo, que nos cuela con un alley-oop Romay magistralmente. Para
terminar de glosar la pieza de inmediatez y naturalidad en que consiste esta
conversación, voy a citar textualmente unos párrafos del libro “La excepción
permanente” (Díaz & Pons Editores) del profesor Valdecantos, que pertenecen
al capítulo “Keywords para el súbdito
tardomoderno”:
“Toda
época y todo espacio están atados a cierto repertorio de conceptos de uso
obligatorio que forman una tópica a menudo difícil de describir, y en ocasiones
muy resistente a cualquier inspección lúcida. Siempre hay, en efecto, un
diccionario de conceptos vigentes que no son meras palabras dotadas de
significado, sino dispositivos de placer, ingenios de destrucción, aparatos de
vanidad o máquinas de tortura. No cabe, por ejemplo, usar las palabras
“información”, “proyecto”, “vivencia” o “flexibilidad” sin prestar acatamiento
a órdenes despóticas, y por lo general imbéciles, comprendidas en el corazón de
cada uno de esos términos, verdaderos centros de potestad que gobiernan
entendimientos y voluntades con mano de hierro candente. Como los hados, las keywords guían a quien les obedece y arrastran
a quien se les resiste.” […] “Lo único inteligente y honrado que cabría, si
fuera posible, con este género de palabras es no usarlas nunca, y lo deseable,
no haberlas usado jamás.” […]
“La
autoridad de los modernos se asienta en eso a lo que, con un carácter sacral
semejante al que tenía el de los antiguos, se llama conciencia, un órgano
sabedor de lo que se debe hacer y evitar hacer, y que ha de autorizar acciones
y omisiones, aunque carezca de cualquier capacidad físicamente coactiva, salvo
la poseída por las potestades que sigan sus consejos.” […]
“Contra
lo que creyó Arendt, los tiempos modernos no han eclipsado la autoridad; tan
sólo han inventado una nueva a su medida. O, mejor dicho, han forjado dos: una
verdadera y otra falsa. La versión moderna de la autoridad tendrá que asentarse
en una destilación de la idea del yo que permita investirlo de atributos
sacrales y tratarlo con toda la distancia exigida por lo numinoso. Tal cosa
sólo puede parecer una quimera a quien ignore que para la modernidad no hay
empresas imposibles: el respeto que
el propio yo reclama para sí en cuanto soporte de una “humanidad” sagrada es
fundamento suficiente para la erección de una forma de autoridad que se
distinga netamente de cualquier poder, y que se acople con las potestades de
hecho en manera parecida a lo que en la República romana ocurría con la auctoritas y la potestas. El propio yo podrá ser para los modernos materia de
exhibición impúdica, de disciplina férrea, de dispendio inmoderado, de
aplicación tecnológica, de expresión compulsiva, de aprovechamiento casi
pecuario, de transgresión festiva de cuidado escrupuloso o de la más metódica
de las investigaciones, pero también permite ser usado como fuente de una
seguridad incuestionable, necesaria para convalidar cualquier acto de poder.
Basta con que lo mandado no lesione la conciencia del súbdito para que obtenga
la autorización que necesita. Repárese en las leyes que amparan la llamada
objeción de conciencia, las cuales son, en realidad, el más poderoso agente de
autoridad del que quepa echar mano: si hay cierta clase de obligaciones cuyo
cumplimiento puede declinar el súbdito por motivos de conciencia, se sigue que
todas las demás están autorizadas por esta instancia, y en rigor no se exige
nada más para que la cruda potestad reciba el respaldo de la forma moderna de
la auctoritas.”
Otra respuesta
inmediata a una pregunta del Banco nos la da el tenista Rafael Nadal, y ésta no
es necesario buscarla en la Red porque la podemos ver actualmente en varios
anuncios en la vía pública, al menos por Madrid. Ahí va:
- ¿Qué es lo
primero que haces cuando te levantas?
- Apagar el
despertador
Breve, pero llena de sabiduría. Por una parte, si atendemos
al sentido normal de la respuesta, que se refiere a lo que hace Nadal al
despertarse (y no al levantarse), nos está diciendo Ya veis, soy como cualquier otro trabajador, apago el despertador y me
levanto. Pero, por otro lado, si nos fijamos en el sentido literal de la
pregunta y la respuesta, resulta que Nadal oye el despertador, después se
levanta y finalmente lo apaga. Es raro, sí, pero aquí está una de las claves
del éxito deportivo -que es en realidad el espejo del éxito laboral y
empresarial en que toda persona que quiera triunfar en la vida debe mirarse -,
sí, levantarse de un brinco de la cama en cuanto suena el despertador, sin
remolonear, con la actitud positiva y enérgica que se necesita para afrontar un
día de trabajo duro.
martes, 11 de octubre de 2016
Los retos te harán feliz
Un día vi un anuncio del Banco Sabadell por televisión en el que aparecían dos actores, José Coronado y una chica joven, conversando mientras caminaban por una ciudad. Él le decía a ella: “La vida no es conseguir un objetivo sino luchar por conseguirlo, ahí es donde se es feliz, porque cuando consigues el objetivo ya no eres feliz. Lo que te da la felicidad es luchar por ese objetivo, pienso yo, ¿sabes? a mí me pasa…” Después me fui a la cama y, al desvestirme, le di sin querer una patadita a una de mis zapatillas de felpa y se coló debajo de la cama. Tuve que agacharme para recogerla y ponérmela, y, entonces, las palabras de José Coronado volvieron a mí como un fogonazo de luz. Me dormí rápidamente, pero tuve un sueño intranquilo.
A la noche siguiente le di un patadón a la zapatilla para que se colara bien adentro bajo la cama. Me agaché con rabia y repté alegremente hasta alcanzar la zapatilla. Así me entretuve durante varios días seguidos hasta que una noche salí al balcón y tiré con disimulo una de las zapatillas a la calle. Salí corriendo escaleras abajo con un pie descalzo y recuperé la zapatilla. Aumenté la hazaña –y el placer que me producía realizarla- al día siguiente tirando las dos zapatillas y esperando dentro del portal a que pasara alguien por la calle y se las llevara, pero no hubo éxito y tuve que recuperarlas sin más. A la noche siguiente, sin embargo, repetí la operación y, después de esperar más de una hora con los pies helados de frío, pasó un mendigo que recogió las zapatillas. En ese momento salí y le empecé a gritar insultándole por ladrón, pero salió despavorido tirando las zapatillas al suelo. Me habría gustado que el hombre hubiera ofrecido un poco de resistencia, pero de todas formas disfruté mucho.
Cuando se me acabaron las ideas, decidí pedir ayuda a mi mujer. Fue ella la que propuso esconder las zapatillas para que las buscara antes de acostarme. Las primeras veces no me costó mucho encontrarlas, hasta que llegó el día en que no las pude recuperar. No perdía la esperanza, aunque a veces, de madrugada, caía rendido y sólo dormía unos minutos antes de que sonara el despertador para ir al trabajo. Pese a todo, la gente me decía que se me veía muy feliz, y yo asentía con una sonrisa, pero no les desvelaba el secreto de mi éxito.
Empezaba a aburrirme con el juego cuando de pronto un día vi otro anuncio, de un coche (un Audi, creo), en el que decían: “Quiero ser astronauta, dibujo animado, especialista de cine, pirata, estrella de rock, o de jazz, hombre invisible, mago... Quiero hacer submarinismo, equitación, skate...Quiero tener un late night, un club de fans, una mascota, un superpoder, un arco láser, y encontrar el amor de mi vida dos, tres veces. Pero en esta vida no puedes tenerlo todo, ¿o sí?” Y he visto la luz de nuevo: encontrar el amor de mi vida dos veces, tres, etc. ¡Esto sí que es un desafío a mi altura! Sé que puede ser difícil planteárselo a mi mujer, estamos bien juntos, pero debo hacerlo cuanto antes porque sé que, en el fondo, ella desea tanto como yo liberarse para encadenarse infinitas veces. Quizás esto no tenga nada que ver con el amor, pero nosotros siempre estuvimos de acuerdo en las cosas importantes; y si tenemos que separarnos, que así sea.
sábado, 8 de octubre de 2016
jueves, 6 de octubre de 2016
lunes, 11 de julio de 2016
Habla un experto
Por casualidad he
visto esta entrevista que le hicieron en TV3 a un tal Jaume Miquel, especialista
en realizar encuestas electorales y, por lo visto, uno de los pocos que pronosticó
correctamente los resultados de las elecciones generales del pasado 26 de junio.
El problema es que en la entrevista da su opinión acerca de las causas del
resultado electoral saliéndose de su ámbito “técnico” y es entonces cuando se equivoca de
manera estrepitosa. Esto del “técnico-especialista” o “experto” que habla de
cosas que en un principio están relacionadas con su tema, pero que en realidad
lo exceden y acaban diciendo trivialidades, en el mejor de los casos, o
auténticos disparates que, sin embargo, muchas veces parecen de sentido común,
esto, decía, es el pan nuestro de cada día, pero no por ello hay que dejar de
criticarlo.
Lo que sí me parece
interesante es esa explicación a penas esbozada en la pregunta del primer
contertulio (Puigdet, creo que se llama), cuando habla de la volatilidad de las
ideas y, por consiguiente, del voto en esta "sociedad líquida"
(Zygmunt Bauman dixit). Esto mismo pensé yo hace días, o sea, si no sería la
posmodernidad rampante la que podría explicar en alguna medida lo que ha pasado
en las elecciones. Por supuesto, el señor Jaime Miquel lo rechaza de plano,
diciendo "Lo que nosotros hacemos
funciona", refiriéndose a sus encuestas, y digo yo, sólo le faltaba haber
añadido: "...y todo lo que caiga fuera
de nuestra malla de análisis determinada científicamente no vale la pena si
quiera considerarlo".
Habrá gente a la que
le parezca que decir que nuestro problema es, en parte, que somos unos frívolos
posmodernos, significa menospreciarnos a nosotros mismos. Pero digo yo que menospreciar a quien
cambia de ideas constantemente consiste en negarle el saludo, no escucharle ni
darle la palabra, insultarlo, o cosas parecidas y peores que éstas, las cuales
nada tienen que ver con afirmar lisa y llanamente que alguien cambia de ideas
constantemente. Esta afirmación, por supuesto, puede ser falsa, pero nada más.
Alguien que afirme hoy o en 1933 que los resultados de las elecciones que
dieron el poder a Hitler democráticamente revelaban las ansias de venganza
contra los ganadores de la I Guerra Mundial o el odio profundo hacia los judíos
de, al menos, una parte del pueblo alemán, estaría diciendo algo muy grave
sobre aquellas personas, pero algo que es verdad en cualquier caso, y desde
luego no estaría menospreciando a nadie, pues bastante desprecio se hicieron ya
aquellas gentes así mismas cuando actuaron de la manera que todo el mundo
conoce. En fin, sólo quería recordar aquí que sobre las cuestiones demostradas
y razonables (aunque luego resulten no serlo a luz de otras razones) no
conviene aplicar el rodillo de la moral ni de la santa indignación, tan
española ésta, para que desaparezcan de la vista o del oído.
En esta línea, he oído decir que,
por ejemplo, el partido Podemos “ha pecado de inmediatez y fórmulas mágicas con
mucho efecto”. Y estoy de acuerdo, porque vaya que si ha pecado Podemos
de eso y de travestismo continuo, pero no con pecados de los que se quitan
rezando tres avemarías y un padrenuestro, sino que más bien es su pecado
original, el que lo constituye y le da vida. Y que conste que les voté, con la
nariz tapada por un pañuelo empapado en alcohol, pero les voté.
En cuanto a la exaltación por parte de este señor, Jaume Miquel, de lo nuevo que se supone que representa Podemos (y Ciudadanos, ¡cómo no!) cuando dice, por ejemplo, que hemos pasado de la generación del caudillismo bipartidista a la generación que se interesa por la cosa pública, y que además esto ha sido propiciado por el 15M y los ciudadanos nuevos que se crearon a partir de entonces, pues bien, respecto a toda esta palabrería no estaría de más recordarle hechos tan vergonzosos como que los señores Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, y alguna más de su gente, recibieran financiación de una cadena de televisión iraní (Irán, ya se sabe, ese país defensor a ultranza de los derechos de las mujeres) para su programa de televisión hasta un mes antes de las elecciones del 20 de diciembre de 2015 (http://www.abc.es/espana/abci-pablo-iglesias-cobro-iran-hasta-menos-antes-elecciones-201601290201_noticia.html), y, al mismo tiempo, se declaren un partido feminista. Maquiavelismo puro y duro, claro. Cosas como ésta hacen pensar que en realidad lo nuevo nació viejo, como seguramente no podía ser de otra manera.
Los cambios que, en principio, traerían un gobierno de izquierdas en España serían muy deseables, aunque sólo fueran por comparación con lo que ha hecho y seguirá haciendo la derecha, pero viniendo como vienen lastrados algunos partidos (Podemos, otra vez) con los nacionalismos (estos no parecen ser un lastre para ellos sino parte de su peso propio constituyente, del que incluso se enorgullecen), no se sabe cómo podría acabar la cosa. Sin embargo, el cambio más necesario, embridar ese caballo desbocado que galopa hacia el abismo y que se llama Capitalismo, me temo que no lo veremos. Ese caballo es un animal monstruoso que excede las fuerzas humanas, así que no digamos las solas fuerzas de España.
En cuanto a la exaltación por parte de este señor, Jaume Miquel, de lo nuevo que se supone que representa Podemos (y Ciudadanos, ¡cómo no!) cuando dice, por ejemplo, que hemos pasado de la generación del caudillismo bipartidista a la generación que se interesa por la cosa pública, y que además esto ha sido propiciado por el 15M y los ciudadanos nuevos que se crearon a partir de entonces, pues bien, respecto a toda esta palabrería no estaría de más recordarle hechos tan vergonzosos como que los señores Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, y alguna más de su gente, recibieran financiación de una cadena de televisión iraní (Irán, ya se sabe, ese país defensor a ultranza de los derechos de las mujeres) para su programa de televisión hasta un mes antes de las elecciones del 20 de diciembre de 2015 (http://www.abc.es/espana/abci-pablo-iglesias-cobro-iran-hasta-menos-antes-elecciones-201601290201_noticia.html), y, al mismo tiempo, se declaren un partido feminista. Maquiavelismo puro y duro, claro. Cosas como ésta hacen pensar que en realidad lo nuevo nació viejo, como seguramente no podía ser de otra manera.
Los cambios que, en principio, traerían un gobierno de izquierdas en España serían muy deseables, aunque sólo fueran por comparación con lo que ha hecho y seguirá haciendo la derecha, pero viniendo como vienen lastrados algunos partidos (Podemos, otra vez) con los nacionalismos (estos no parecen ser un lastre para ellos sino parte de su peso propio constituyente, del que incluso se enorgullecen), no se sabe cómo podría acabar la cosa. Sin embargo, el cambio más necesario, embridar ese caballo desbocado que galopa hacia el abismo y que se llama Capitalismo, me temo que no lo veremos. Ese caballo es un animal monstruoso que excede las fuerzas humanas, así que no digamos las solas fuerzas de España.
"La
revolución tecnológica ha hecho transparente la gestión del mundo" es otra de las grandes frases que pronuncia Jaume Miquel,
a mi juicio, vacías. En lugar de eso, la revolución tecnológica está
haciendo transparente a muchas grandes empresas la vida privada de las
personas, con su consentimiento y sin él, como demostró Edward Snowden. ¿A
estas revelaciones (u otras, como las de Wikileaks) se refiere Jaume
Miquel? Estas revelaciones han ocurrido siempre por unos medios u otros, pero
de ahí a decir que la gestión del mundo se ha hecho transparente... Si lo que
se quiere decir con esa expresión es que hoy conocemos cómo nos gobiernan las
grandes empresas y los gobiernos nacionales gracias a la tecnología, yo diría
que no, que es más bien gracias al (buen) periodismo, por mucho que se valga de
medios electrónicos para ello. Pero además, para adquirir ese conocimiento hace
falta leer y pensar, lo digo porque la palabra "transparencia" en esa
frase y en otras de ese jaez, da a entender que sólo hace falta mirar hacia el
objeto en cuestión y asimilarlo automáticamente con la mirada, y, claro, nada
más lejos de la realidad. Hoy, como siempre, para saber algo acerca de cómo
funciona el mundo y que no nos engañen como a chinos hace falta tomarse tiempo
y dedicar esfuerzo para aprenderlo.
Aún diría más, en el terreno de la información, aunque no sólo ahí, las nuevas tecnologías hacen más opaco el mundo, entre otras cosas, porque estamos sometidos a aquello que ya cantaba hace años Paul Simon (en su disco maravilloso Graceland): “…staccato signals of constant information…”
Aún diría más, en el terreno de la información, aunque no sólo ahí, las nuevas tecnologías hacen más opaco el mundo, entre otras cosas, porque estamos sometidos a aquello que ya cantaba hace años Paul Simon (en su disco maravilloso Graceland): “…staccato signals of constant information…”
domingo, 10 de julio de 2016
Sobre la moderna psicopedagogía
He encontrado por casualidad una
entrevista a Ricardo Moreno, que fue mi profesor en segundo de carrera, y de
quien recuerdo perfectamente que nos dijo un día: "Yo soy profesor en un
instituto, o lo que es lo mismo, me dedico a domar fieras". El hombre era
muy amable y buen profesor, y además se pasó de bueno en el examen porque lo
puso bastante fácil y dio varios sobresalientes. El caso es que estoy muy de
acuerdo con sus opiniones: http://www.elmundo.es/sociedad/2016/02/26/56cf824346163fe7468b45b5.html.
Hay quien piensa que la escuela debe
tener en cuenta las necesidades de los alumnos y las dificultades de las
personas de clase baja, argumentando que la escuela está pensada para el “saber-hacer
de la clase media y alta”. Yo pienso que las necesidades de los alumnos con necesidades especiales se atienden bastante bien desde hace años, aunque los
recortes en Educación han tenido un impacto importante. Pero, dicho sea de paso, atender las necesidades de los alumnos, así en general, suena, no por casualidad, a atender las necesidades de los clientes, que es uno de los falsos principios del capitalismo moderno. Volviendo al tema, y dejando a un lado
los efectos de la gestión de la crisis (y no de la crisis sin más, como se
suele decir), el hecho cierto es que hay más gente de clase baja que de
otras clases que obtiene los peores resultados académicos y que abandona la
escuela, y esto no se debe a una mala aplicación de la pedagogía por parte de los profesores, creo yo,
sino más bien a la poca importancia que se le da a los estudios en esas casas
(¡ojo! que no estoy culpando a las familias sin más, pues soy consciente de los
condicionantes sociales) y a los barrios donde suele vivir mayoritariamente la
gente de clase baja, que determinan enormemente el nivel académico en las aulas. Para lo primero, la única solución que se me ocurre es
escolar, que haya más refuerzos y menos alumnos por clase me parece
fundamental; y para lo segundo, hace falta una política urbanística distinta,
en la que se mezclen en todos los barrios gentes de todas las clases, como, por
lo visto, ocurría en París hace 40 años, antes de que se abandonara a la gente
(inmigrantes, principalmente) a su suerte y se dejaran crecer desmesuradamente
las banlieues con
gente pobre, hasta llegar, voila!, al problemón que
tienen allí, por poner un ejemplo.
Es decir, una cosa es la cuestión
académica y otra la social, y aunque ambas están relacionadas, hay que buscar
soluciones para no deteriorar el nivel educativo en las escuelas. Estas
soluciones, que tienen que venir por la vía de la políca principalmente, son
bastante más complejas y caras de lo que piensan y proponen los psicopedagogos.
También se oyen continuamente alegatos
contra la memorización de cualquier cosa, pero es indudable que para llegar a
saber un poco sobre alguna materia hace falta memorizar, pero no para
vomitarlas como un papagayo el día del examen, sino porque a uno le resulten interesantes, y esto
ya depende de dos cosas: que el profesor sepa enseñar bien y que el alumno
tenga cierta predisposición a aprender o, por lo menos, no rechace todo lo que
le cuentan en la escuela. El esfuerzo no es un valor en sí mismo, pero cuando
una asignatura no te gusta, y siempre las habrá, no queda más remedio que
esforzarte, y todo lo demás, como lo de aprender jugando (más allá de los
primeros cursos y sólo a ratos), aprender a aprender (más allá de las dos o
tres técnicas de estudio que se pueden aprender, pero los pedagogos no se
refieren a esto) o dejar que los niños descubran las leyes de la Física por sí
mismos (la experimentación está bien, pero sin el conocimiento teórico que
requiere horas de estudio, no sirve para nada), son locuras de
psicopedagogo.
En Francia, las Hautes Ecoles han hecho
muy bien dejando la forma clásica de enseñar como estaba, igual que en Oxford y
Cambridge han acertado al no querer implantar Bolonia en sus aulas. El nivel de
la enseñanza media y de la Universidad bajó en España a partir de finales de
los setenta, como seguramente no podía ser de otra forma, gracias a la
democratización de las instituciones de enseñanza, pero a partir de los años
noventa, cuando los psicopedagogos irrumpieron en escena, la cosa empezó a caer
en picado, y eso ya no era necesario. Por cierto, acerca de cómo las
Universidades se están convirtiendo en jardines de infancia, recomiendo
encarecidamente el libro "El
saldo del espíritu" de
Antonio Valdecantos.
Para intentar demostrar lo contrario de
lo que yo sostengo aquí apoyándome no en datos y estadísticas sino en las
opiniones de profesores que, como Ricardo Moreno, han dado clase durante muchos
años, es decir, para intentar demostrar que el nivel educativo no ha bajado en
España durante las últimas décadas, que a nadie se le ocurra acudir a los
famosos informes PISA, ni a nada parecido, entre otras cosas porque estos
informes los elabora la OCDE, que no es precisamente una organización que
destaque por su interés en eso del desarrollo espiritual e intelectual pleno de
las personas, sino más bien en el rendimiento de las mismas de cara a su
inserción más eficaz en el mercado laboral. Es fácil imaginarse que el nivel de
las pruebas PISA, pero no los resultados de las mismas, habría variado
sustancialmente si se hubieran empezado a hacer hace 30 o 40 años, y que esto,
por otra parte, a la OCDE le habría dado exactamente igual. En la Wikipedia se
dice lo siguiente sobre dichas pruebas: "Las
soluciones de los estudiantes se registran digitalmente y se envían al centro
del proyecto internacional en Australia, donde se evalúan. Ahí, las preguntas y
los problemas se califican como “correctos” o “incorrectos”. Según la cantidad
de estudiantes que hayan respondido un problema de forma “correcta” se define
la “dificultad” del problema. Dependiendo también de la cantidad de problemas
que haya resuelto un estudiante, se reconoce un margen de valores de
competencia “plausibles” en el mismo".
Como mencionaba al principio, hay gente que sostiene que es muy
arbitrario lo que se valora en la escuela y que quienes lo deciden son muy a
menudo gente de clase media-alta y urbanita. Al final, dicen, el ideal es
un joven de ciudad con un titulo de ingeniero y que sabe de historia y
literatura, y parece, continúan diciendo, como si ser culto fuese
fundamentalmente tener conocimientos en ciencias sociales, saber de ciencias o
tocar un instrumento, y que saber cultivar un huerto o coser, por ejemplo, es
menos lucido.
A quien piensa así yo le diría que en la escuela (y no en la
formación profesional, donde sí se enseña costura, horticultura,
ganadería, albañilería, carpintería, etc), por muy variadas que parezcan las
"cosas que se valoran", es decir, que se enseñan y aprenden, yo no
creo que sean en absoluto arbitrarias, ya que desde la historia hasta las
matemáticas, pasando por la música o la pintura, resulta que lo que tienen en
común (o deberían tener, ya que hoy en día se imparte toda clase de morralla en
pie de igualdad con las asignaturas clásicas) todas ellas es la pertenencia al
mundo del espíritu, mientras que coser o cultivar la tierra son "hijas de
la necesidad", lo cual no quiere decir que uno no pueda disfrutar
practicándolas, por supuesto. La escuela es, para muchos, el primer y único
contacto con las materias del espíritu y del intelecto, y recortar el tiempo
que se les dedica sería disminuir las posibilidades que tienen para
desarrollarse plenamente, y para esto, para el desarrollo espiritual e
intelectual pleno, no vale cualquier cosa, es decir, sólo valen la historia, la
pintura, las matemáticas, la lengua y unas pocas más, mientras que, por el
contrario, no parece que haya forma de discernir cuales de todas las
actividades de tipo práctico que existen son las más idóneas para ser enseñadas
en la escuela.
Cosa distinta es eso del prestigio social que aporta un título
universitario (si es de ingeniero o médico mejor, claro, ya se sabe), así como
el hecho de ser culto. Esto no tiene mucho que ver con aprender con placer las
materias concretas que los buenos profesores enseñan. Una de las peores cosas
que uno puede hacer es pretender ser culto o estudiar para ganarse un
prestigio. Al culto su cultura le reporta placeres de la misma manera que al
capitalista se los dan sus riquezas, ambos persiguen (y a menudo consiguen)
epatar.
Por otro lado, no creo que tener una buena autoestima y saber
expresar los sentimientos propios ayude a aprender y a ser curioso, como
sostienen los psicopedagogos. Al menos a mí nunca me ha ayudado a aprender ni a
tener más curiosidad por nada, pero también es verdad que nunca le he dado
mucha importancia a eso de la autoestima. Pero tampoco creo que sea el caso de
los que más y mejor aprenden ni de los que, justamente para ello, mantienen una
curiosidad genuina a lo largo del tiempo, pues estos, entre los que se
encuentran los que verdaderamente aportan alguna cosa de valor a la literatura,
el arte o la ciencia son, muchas veces, unos inadaptados sociales, tienen la
autoestima por los suelos o son incapaces de expresar sus sentimientos en
público.
Esto no quiere decir que, si un niño cree que es un tonto que no
sirve para nada o se muestra incapaz de expresar mínimamente lo que siente, no
haya que ayudarle también en la escuela. Pero eso de que cuanto más alto
tengamos la autoestima todos, niños y mayores, mejor, siempre me ha parecido un
error, porque, además de sonar muy vacuo y cursi, nace de la "ética del
self" (los primeros libros que hablaron de la autoestima fueron los libros
de autoayuda anglosajones), que es mucho peor que la "ética de la
perfección", es decir, la idea de que uno debe intentar siempre ser mejor
de lo que es, porque buenos, buenos, lo que se dice buenos, a poco que nos
miremos con un poco de honestidad, no somos nadie.
domingo, 20 de marzo de 2016
El traje nuevo del emperador
“Este es un anuncio para megafonía”,
dijeron por megafonía y no añadieron más. El niño que iba agarrado de la mano
de su padre preguntó: “¿Quién es Megafonía?”
El padre contestó que Megafonía no era nadie, que se habían confundido y que,
en realidad, habían dicho eso para probar el sistema de megafonía.
El niño dudó un
momento y a continuación gritó: “¡No es
verdad!”, y la gente que había en el andén, que estaba mirando y
acariciando con los dedos las pantallas de sus teléfonos móviles, se volvió
para mirarlo. “Sabíamos”, prosiguió
el niño, “que el medio era el mensaje,
pero ahora debemos asumir que también es el receptor”. El padre,
avergonzado por las miradas burlonas y asustadas, tapó la boca a su hijo, pero
éste se zafó y aún alcanzó a decir algo más: “¿En qué lugar quedamos entonces nosotros, los humanos, frente a las
máquinas? ¿Acaso no veis que somos un apéndice suyo, que no nos servimos de
ellas sino que son ellas las que nos controlan?”
Algunos se reían al escuchar al niño; otros, los que se tenían así
mismos por hombres libres, agachaban la cabeza y seguían mirando sus móviles.
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