miércoles, 15 de julio de 2015


Contra El Progreso

A Javier Sampedro, quien, por lo demás, es un periodista excelente que escribe sobre ciencia y tecnología (no en vano, es Doctor en biología y publicó un artículo en la prestigiosa revista Nature), se le deben fundir las neuronas con el calor del verano. No hay más que leer sus últimos artículos en la revista de verano de El País.
Estas idas de olla no son nuevas en él, pues hace justo un año escribió un artículo sobre el futuro del conocimiento del cerebro humano (http://cultura.elpais.com/cultura/2014/07/18/actualidad/1405698395_676309.html) del que entresaco el último párrafo: “De la comprensión del cerebro emergerá un cambio todavía más profundo [social, económico, artístico, según se deduce del párrafo precedente]. Las interfaces entre el cerebro y la máquina —que de hecho ya existen, con los implantes cocleares y las retinas artificiales— mejorarán como el amanecer mejora a la penumbra, y nos permitirán no solo ayudar a los discapacitados, sino también multiplicar nuestras capacidades naturales, conectarnos a Google con la mente y mover objetos a medio planeta de distancia. Por mentira que les parezca a algunos, nos volveremos más listos. Más listos incluso que el filósofo Searles”.
Yo no sé si querría multiplicar mis capacidades naturales, hace tiempo que me acostumbré a mi propia estupidez, pero sí sé de alguno con mando en plaza (qué expresión tan anticuada ésta, casi tanto como la realidad a la que se refiere, pues los parlamentos ya no son esas plazas desde las que se debería ejercer el poder delegado de los ciudadanos: no sirven más que para encubrir el verdadero poder que nos gobierna suavemente, seduciéndonos), sí sé de alguno, decía, que, por el bien de todos, debería mantenerse lejos de esos avances tecnológicos, no fuera a ser que de tan listo que se volviera no nos diéramos cuenta y nos llevara a todos encantados hacia el abismo. Sería como lo de ahora pero sin poder ejercer el derecho al pataleo por incapacidad propia más que por ausencia de este derecho. Y una prueba indirecta de que aún no ha llegado ese esplendoroso futuro de inteligencia maximizada sería que, al menos en España, el Gobierno sigue empeñado en recortar también el derecho a protestar (la Ley Mordaza recientemente aprobada es un ejemplo claro de ello) y muchos de nosotros seguimos dándonos cuenta, así que, como dicen en mi pueblo, “aunque tontos, no del to”.
Alguien podría replicar que, cuando la tecnología esté disponible en ese futuro tan prometedor y cercano que dibuja Javier Sampedro, lo estará para todos y entonces no sólo se harán más listos los que controlan nuestros designios –éstos, lo reitero, no se encuentran en los parlamentos- sino también nosotros, los súbditos. Ciertamente en este escenario todo sería más o menos como ahora, aunque sospecho que la posibilidad de hacerse más listo estaría ligada a la capacidad adquisitiva de cada cual, y entonces no ocurriría aquello de que los últimos serán los primeros, como dijo Jesús, sino que los últimos se quedarían más atrás y serían los primeros los que disfrutasen de las ventajas de la inteligencia inducida antes que nadie y en todo momento, y así habría inteligencias 1.0, 2.0, etc, disponibles según el dinero de cada uno. De esta suerte, el grotesco escenario en el que todos avanzamos hacia el matadero cantando alegremente una canción que ni siquiera hemos elegido vuelve a aparecer como el más probable.
De todas formas, y para empezar, habría que saber en qué consiste eso de ser listo o inteligente. Un positivista (Javier Sampedro parece a menudo un individuo de esta especie) echaría mano del Coeficiente Intelectual o cosas parecidas para intentar explicarlo, claro, pero mucho me temo que no todas las capacidades de la mente son medibles y se me ocurre, por ejemplo, la que consiste en distinguir entre el bien y el mal y obrar en consecuencia, sencillamente porque no es posible saber a priori qué es el bien o en qué consiste el mal. Creo que si los humanos nos concentrásemos en cuestiones morales, incluso asumiendo nuestras limitadísimas capacidades naturales, podríamos hacer mucho más por eso que llaman Humanidad que dando la bienvenida de forma acrítica a los avances de la tecno-ciencia. Y además, para que este mundo fuera un lugar digno, digo, deberíamos tener verdadero interés por la política y obrar también en consecuencia.
No utilizar nuestra capacidad crítica para evaluar los avances científico-técnicos resulta esencial para abrazar el progreso jubilosamente, como resulta esencial para abrazar cualquier otra religión en general. Como dice Fernando Savater en su libro Los invitados de la princesa: “los mediocres y los indolentes siempre esperan su absolución por medio de la técnica: a veces la consiguen y lo llamamos progreso”.