jueves, 9 de abril de 2015

Un juego de mayores
                                                 (Basado en un juguetito real)

Mi hijo devoró el huevo de chocolate y después abrió el huevo de plástico amarillo que había encontrado dentro del primero. Sacó las piezas del juguetito y comenzó a montarlo. Cuando acabó nos quedamos mirándolo extrañados: sobre una pequeña peana se sostenía una pieza vertical plana que estaba atravesada de arriba abajo por una estrecha hendidura sinuosa; en la base, una pequeña plataforma estaba encajada en la hendidura y sobre ella había un cartoncito doblado que tenía a ambos lados el mismo dibujo de un preso, con su traje a rayas característico; y en la parte alta, donde acababa la hendidura, había un aro azul un poco más grande que el trozo de cartón doblado.
Él en seguida se puso a jugar con aquel artilugio absurdo. Cogía con dos dedos la plataforma y la empujaba por el camino marcado teniendo cuidado de que no se cayera el cartoncito con la figura que iba encima. Al llegar al final empujaba al preso, que atravesaba el aro y caía al suelo. Y vuelta a empezar.
Cuando llevaba un rato jugando le dije: “Qué juego tan tonto, hijo ¿por qué no lo dejas?”, “No papá, es muy divertido y además es de mayores”, me contestó. ¿Cómo? Le pedí que me explicara lo que quería decir y me dijo que no había que tratar de entender el juego literalmente, pues los presos no se entretienen por el camino dando vueltas y más vueltas cuando tratan de escapar, pero sobre todo al final de su huida no tienen que pasar por ningún aro de color azul. Por tanto, ¿qué sentido tendría colocar un aro al final? Es evidente, continuó mi hijo, que el preso no necesita pasar por ningún aro porque la escapada es un acto secreto del que no debe rendir cuentas a nadie, si es que quiere conservar su libertad, y que se realiza sin seguir las indicaciones de nadie, como no sean las de sus compañeros de huida, si los hubiera, pero que en todo caso dichas indicaciones, que además pueden ser mutuas, serían lo contrario de lo que significa “pasar por el aro”. Por otro lado, tampoco nadie que no fuera el preso pondría un aro en la salida, porque nadie conoce el camino de un preso que consigue escapar. Claro que, si alguien conociera las intenciones de un preso y pusiera un aro azul justo al final de su escapada, se me ocurre, prosiguió mi hijo, que el fin sería ridiculizarlo antes de apresarlo de nuevo. Esto sonaba muy raro.
Así que a aquel juego había que buscarle otra explicación. Mi hijo sonrió levemente y dijo: “Papá, este preso puedes ser tú o cualquier persona mayor”. Sí, por lo visto, los adultos nos entretenemos dando vueltas por caminos previamente trazados por otros creyendo muchas veces que los elegimos nosotros y que al final -y en ocasiones con grandes esfuerzos- creemos alcanzar nuestras metas. Pero ¿el aro azul para qué sirve? Pues, siempre según mi hijo, para convencernos a nosotros mismos y a los demás de que hemos alcanzado la meta, a la manera en que el domador hace pasar a sus fieras por el aro al final de un espectáculo.