miércoles, 9 de noviembre de 2016
viernes, 4 de noviembre de 2016
La revolución educativa
Propaganda de Google y Samsung con forma de noticia: http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2016/05/13/actualidad/1463136228_177046.html.
Si en todos los lugares donde aparece la palabra “experto”, se dijera “experto
en dispositivos electrónicos”, la trampa de la noticia quedaría totalmente al
descubierto, pues no se cita ningún otro tipo de experto.
En las aulas inteligentes, en lugar de libros, se usan
tabletas digitales para “gestionar las clases y potenciar la innovación”. Pero,
¿cuál es el objetivo de la innovación? Ninguno concreto, pues es un fin en sí
mismo, como lo son la felicidad, la amistad o el amor, ya que se trata de que
las personas se enriquezcan a sí mismas innovando. Así, cuando el día de mañana
se incorporen al mercado de trabajo podrán disfrutar innovando al mismo tiempo
que trabajan, sin importarles que los productos innovadores que ayuden a crear
en sus empresas sean la base del capitalismo actual (y futuro, es de suponer):
sin innovaciones permanentes, es decir, sin productos nuevos que se conviertan
en viejos en el mismo momento de su adquisición por parte de los consumidores y
que no harán otra cosa más que aumentar los deseos de consumir más
innovaciones, la rueda loca del sistema económico no podría seguir girando cada
vez a mayor velocidad.
Dice un experto citado en la noticia
que “la mayoría de nuestros centros no han cambiado nada en dos o tres siglos.
Allí se están formando los profesionales del futuro, así que tienen que estar
adaptados a las necesidades actuales.” Y lo primero que se le viene a uno a la
cabeza es que si dichos centros han aguantado tanto tiempo sin cambiar debe ser
porque algo bueno debe haber en ellos para que sigan funcionando sin que las
autoridades competentes hayan hecho nada para modificarlos. Pero esta es una
visión caduca y errónea, dirán los expertos en tecnologías educativas, porque
en realidad las inercias del mundo real son muy fuertes como para poder cambiar
lo que se lleva haciendo mal durante siglos. Y el argumento definitivo se ve en
la segunda afirmación del citado experto: “adaptación a las necesidades
actuales”, que no son ya las matemáticas, la lengua o la historia sino los
medios que se deben usar para aprender
las mismas. Si el medio es suficientemente atractivo, las materias de estudio
lo serán automáticamente, por eso insisten en que, de todos los beneficios que
aportan las nuevas tecnologías al aprendizaje,
el más destacable es la motivación de los alumnos, como atestigua la profesora
Silvia Casquete: “Antes les decías a los chavales que sacaran el libro por la
página 36 y la respuesta siempre era ¡Qué
rollo!. Ahora no hace falta que les pidamos nada y ya está la tableta
encima de la mesa para trabajar.” Además de todo esto, al estar “adaptados a
las necesidades actuales”, podrán adaptarse mucho mejor a las necesidades
futuras, cuando ya sean trabajadores, y de esta forma ser más productivos y
estar más integrados en la sociedad.
miércoles, 2 de noviembre de 2016
Es el progreso, ¡idiota!
El nuevo jefe de
la sección de opinión en el periódico El País, José Ignacio Torreblanca, hace
unos días defendía a ultranza la globalización en su breve artículo
“Ideas de romano” (http://elpais.com/elpais/2016/10/19/opinion/1476886069_846397.html).
Es curioso que él mismo contravenga los consejos que dan en la propia sección
de opinión del periódico, donde se puede leer una guía básica sobre cómo
“colaborar” con ellos en la que se afirma que “los argumentarios y los
manifiestos no son bienvenidos”, pues resulta evidente que la columna del señor
Torreblanca tiene pocos y torticeros argumentos, pero sí es un manifiesto muy
breve a favor de la globalización.
En su columna echa mano de la
única, que yo recuerde ahora mismo, “píldora” de ideología conservador de la
película La vida de Brian, que, sin
embargo, es una divertida e irreverente película sobre la vida de
Jesucristo. En una reunión clandestina
de una célula revolucionaria judía que quiere acabar con la ocupación de los
romanos en Judea, el jefe pregunta retóricamente “¿Qué han hecho los romanos
por nosotros” y recibe sucesivas respuestas de los militantes que acaban
desbaratando la intención inicial de la pregunta. Lo cual da lugar a la
situación cómica en la que el mismo jefe que preguntó acaba diciendo “Vale,
vale, aparte del acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la educación, la
seguridad y la paz, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?” y entonces
contestan todos “Nada, nada”. Y digo que la escena es en el fondo conservadora
porque se da a entender que dichos revolucionarios no quieren ver la obviedad
del progreso que la invasión del Imperio les trajo y seguir, por tanto, con sus
nuevas y buenas vidas. Pero resulta que los romanos no pidieron amablemente
cambiarles sus costumbres sino que las impusieron por la fuerza de las armas,
con toda la carga de sangre y sufrimiento que conllevó para su pueblo. Pedirles
a los romanos que se volvieran por donde habían venido a pesar del bienestar
material que les habían traído -el cual, por cierto, podrían seguir
administrando los judíos por su cuenta sin necesidad de tener a los dominadores
gobernándoles-, sería muy desagradecido por su parte, según la visión
progresista y vencedora del asunto. Claro está que nada de esto cabe en la
escena cómica de la película para que pueda seguir siendo cómica.
Dice Ignacio Torreblanca que
España es uno de los países que más se ha beneficiado de la globalización y es
cierto, pero se olvida mencionar que no todos, dentro y fuera de España, se han
beneficiado igual ni de la misma manera, y que además, en el lado de los
costes, también ha sufrido y sufre la violencia de la misma; aunque España,
como “país rico” que es, sufre un tipo de violencia menos descarnada que la de
la mayoría de países pobres. Cito a continuación unos párrafos (páginas 216 y
217) del libro Raíces económicas del
deterioro económico y social, del economista José Manuel Naredo (Editorial
Siglo XXI):
“No todos los países pueden
beneficiarse a la vez de una relación de intercambio favorable, como tampoco
todos pueden ejercer como atractores del ahorro del mundo. Al igual que no
todas las empresas pueden salir triunfantes en la pelea de la competitividad,
ni menos aún en el juego de fusiones y
adquisiciones en boga. La necesidad de las empresas de emitir dinero financiero para comprar otras
empresas y de crecer en tamaño para dificultar ser compradas por otras se
presta bien a la metáfora depredador-presa. No en vano el vicepresidente y
consejero delegado del principal grupo bancario español reconoció que “las
fusiones entre iguales […] son escleróticas por no crear valor” y se mostró
partidario de las adquisiciones que denominó “darwinianas”: “esas son las
buenas, las que crean valor” (Saenz, 2005). Cabe constatar que la figura del empresario
tradicional con finalidad productiva se ha desplazado hacia la de los nuevos condottieri de la competitividad y las
finanzas, cuya práctica empresarial parece inspirarse más en Maquiavelo que en
Smith. Así lo prueba el libro Maquiavelo:
Lecciones para directivos (Jay, 2002) publicado por una editorial
especializada en economía de la empresa, evidenciando que los consejos de Smith
se revelan poco operativos para las prácticas empresariales de nuestro tiempo.”
[…]
“La polarización
social y territorial que se observa a todos los niveles de agregación llega a
escindir también los patrones demográficos entre países, entre regiones y entre
barrios ricos y pobres de acuerdo con los modelos antes indicados. En efecto,
en Naredo (2005) se confirma que, en el último cuarto del siglo XX, las curvas
de supervivencia y las curvas de natalidad por edades de la población de la
mayoría de los países ricos y pobres se ajustaban, respectivamente, a las
típicas de depredadores y presas, encontrándose en posiciones intermedias los
países llamados en “vías de desarrollo”. Y, como hemos indicado, la
polarización social y territorial se proyecta también dentro de los países e
incluso dentro de las ciudades, haciendo que la esperanza de vida caiga, en los
barrios desfavorecidos de los países ricos, por debajo incluso de la media de
los países más pobres.”
Esto que escribía Naredo en 2007 se refiere a la globalización económica
que se inició en los años setenta y que no tiene parangón con el tipo de
economía de mercado que existía en Europa y EEUU, principalmente, entre el
final de la Segunda Guerra mundial y los citados años setenta, por mucho que
sea su origen. Esta época es conocida entre los historiadores como los “treinta
gloriosos”, que fueron los años en que en Europa, además de reconstruirse la
economía de mercado, se creó el llamado estado de bienestar, que, entre otras
cosas, instauró la base social de la economía: educación, sanidad y pensiones
públicas y de calidad, además de trabajos estables y, en buena medida, también
públicos. Todo esto, que, por otro lado, tampoco pudo ocurrir sin unas obvias
relaciones de injusticia entre los países ricos de Europa (y EEUU) y el resto
de países pobres con los que se comerciaba, es lo que se ha ido desmontando en
la fase actual del capitalismo, es decir, desde mediados de los años setenta
hasta hoy. Pretender, como hace Torreblanca en su articulillo, convalidar esta “segunda
globalización” con los avances en las condiciones de vida de los ciudadanos
(españoles, en este caso) durante la “primera globalización”, es un dislate.
La última y definitiva prueba de lo desacertado de la comparación por
parte de nuestro articulista la encontramos al final, cuando, para definir el
bienestar actual, nos habla de las grandes ideas de nuestro tiempo: “Facebook,
iPhones, Internet, Ryanair, coches eléctricos, Pixar, …”, dice. Es muy
revelador que cuatro de estos seis ejemplos que pretenden dar idea de los productos o servicios que hacen de nuestra vida
globalizada una buena vida sean directamente nombres propios de compañías globales,
cuya sola mención hace acallar discrepancias porque son el oráculo moderno, el progreso
mismo. En esto, el señor Torreblanca coincide con el sentido común de cualquier
capitalista integrado –el cual puede ser, como de hecho es, cualquiera, aunque
no tenga donde caerse muerto-, como me recordó un alto ejecutivo cuando yo
mantenía una conversación con él sobre estos temas hace tiempo: me enseñó su
iPhone y me dijo “Esto es el progreso”. En fin, ante la terquedad de los hechos
sólo cabe callar y asentir.
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