lunes, 12 de octubre de 2015

                Los tiempos avanzan una barbaridad


Abrí el periódico por la primera página y me topé con la fotografía enorme de una niña tumbada boca arriba en su cama, la habitación a oscuras, y sosteniendo con las manos una tablet que le iluminaba la cara. Apple, decía el pie de foto.

La abuela de esta niña se arrodillaba todas las noches a los pies de su cama y rezaba fervorosamente. La niña, en una posición más cómoda, toma a Dios entre sus manos para que la hable directamente.

miércoles, 15 de julio de 2015


Contra El Progreso

A Javier Sampedro, quien, por lo demás, es un periodista excelente que escribe sobre ciencia y tecnología (no en vano, es Doctor en biología y publicó un artículo en la prestigiosa revista Nature), se le deben fundir las neuronas con el calor del verano. No hay más que leer sus últimos artículos en la revista de verano de El País.
Estas idas de olla no son nuevas en él, pues hace justo un año escribió un artículo sobre el futuro del conocimiento del cerebro humano (http://cultura.elpais.com/cultura/2014/07/18/actualidad/1405698395_676309.html) del que entresaco el último párrafo: “De la comprensión del cerebro emergerá un cambio todavía más profundo [social, económico, artístico, según se deduce del párrafo precedente]. Las interfaces entre el cerebro y la máquina —que de hecho ya existen, con los implantes cocleares y las retinas artificiales— mejorarán como el amanecer mejora a la penumbra, y nos permitirán no solo ayudar a los discapacitados, sino también multiplicar nuestras capacidades naturales, conectarnos a Google con la mente y mover objetos a medio planeta de distancia. Por mentira que les parezca a algunos, nos volveremos más listos. Más listos incluso que el filósofo Searles”.
Yo no sé si querría multiplicar mis capacidades naturales, hace tiempo que me acostumbré a mi propia estupidez, pero sí sé de alguno con mando en plaza (qué expresión tan anticuada ésta, casi tanto como la realidad a la que se refiere, pues los parlamentos ya no son esas plazas desde las que se debería ejercer el poder delegado de los ciudadanos: no sirven más que para encubrir el verdadero poder que nos gobierna suavemente, seduciéndonos), sí sé de alguno, decía, que, por el bien de todos, debería mantenerse lejos de esos avances tecnológicos, no fuera a ser que de tan listo que se volviera no nos diéramos cuenta y nos llevara a todos encantados hacia el abismo. Sería como lo de ahora pero sin poder ejercer el derecho al pataleo por incapacidad propia más que por ausencia de este derecho. Y una prueba indirecta de que aún no ha llegado ese esplendoroso futuro de inteligencia maximizada sería que, al menos en España, el Gobierno sigue empeñado en recortar también el derecho a protestar (la Ley Mordaza recientemente aprobada es un ejemplo claro de ello) y muchos de nosotros seguimos dándonos cuenta, así que, como dicen en mi pueblo, “aunque tontos, no del to”.
Alguien podría replicar que, cuando la tecnología esté disponible en ese futuro tan prometedor y cercano que dibuja Javier Sampedro, lo estará para todos y entonces no sólo se harán más listos los que controlan nuestros designios –éstos, lo reitero, no se encuentran en los parlamentos- sino también nosotros, los súbditos. Ciertamente en este escenario todo sería más o menos como ahora, aunque sospecho que la posibilidad de hacerse más listo estaría ligada a la capacidad adquisitiva de cada cual, y entonces no ocurriría aquello de que los últimos serán los primeros, como dijo Jesús, sino que los últimos se quedarían más atrás y serían los primeros los que disfrutasen de las ventajas de la inteligencia inducida antes que nadie y en todo momento, y así habría inteligencias 1.0, 2.0, etc, disponibles según el dinero de cada uno. De esta suerte, el grotesco escenario en el que todos avanzamos hacia el matadero cantando alegremente una canción que ni siquiera hemos elegido vuelve a aparecer como el más probable.
De todas formas, y para empezar, habría que saber en qué consiste eso de ser listo o inteligente. Un positivista (Javier Sampedro parece a menudo un individuo de esta especie) echaría mano del Coeficiente Intelectual o cosas parecidas para intentar explicarlo, claro, pero mucho me temo que no todas las capacidades de la mente son medibles y se me ocurre, por ejemplo, la que consiste en distinguir entre el bien y el mal y obrar en consecuencia, sencillamente porque no es posible saber a priori qué es el bien o en qué consiste el mal. Creo que si los humanos nos concentrásemos en cuestiones morales, incluso asumiendo nuestras limitadísimas capacidades naturales, podríamos hacer mucho más por eso que llaman Humanidad que dando la bienvenida de forma acrítica a los avances de la tecno-ciencia. Y además, para que este mundo fuera un lugar digno, digo, deberíamos tener verdadero interés por la política y obrar también en consecuencia.
No utilizar nuestra capacidad crítica para evaluar los avances científico-técnicos resulta esencial para abrazar el progreso jubilosamente, como resulta esencial para abrazar cualquier otra religión en general. Como dice Fernando Savater en su libro Los invitados de la princesa: “los mediocres y los indolentes siempre esperan su absolución por medio de la técnica: a veces la consiguen y lo llamamos progreso”.

jueves, 9 de abril de 2015

Un juego de mayores
                                                 (Basado en un juguetito real)

Mi hijo devoró el huevo de chocolate y después abrió el huevo de plástico amarillo que había encontrado dentro del primero. Sacó las piezas del juguetito y comenzó a montarlo. Cuando acabó nos quedamos mirándolo extrañados: sobre una pequeña peana se sostenía una pieza vertical plana que estaba atravesada de arriba abajo por una estrecha hendidura sinuosa; en la base, una pequeña plataforma estaba encajada en la hendidura y sobre ella había un cartoncito doblado que tenía a ambos lados el mismo dibujo de un preso, con su traje a rayas característico; y en la parte alta, donde acababa la hendidura, había un aro azul un poco más grande que el trozo de cartón doblado.
Él en seguida se puso a jugar con aquel artilugio absurdo. Cogía con dos dedos la plataforma y la empujaba por el camino marcado teniendo cuidado de que no se cayera el cartoncito con la figura que iba encima. Al llegar al final empujaba al preso, que atravesaba el aro y caía al suelo. Y vuelta a empezar.
Cuando llevaba un rato jugando le dije: “Qué juego tan tonto, hijo ¿por qué no lo dejas?”, “No papá, es muy divertido y además es de mayores”, me contestó. ¿Cómo? Le pedí que me explicara lo que quería decir y me dijo que no había que tratar de entender el juego literalmente, pues los presos no se entretienen por el camino dando vueltas y más vueltas cuando tratan de escapar, pero sobre todo al final de su huida no tienen que pasar por ningún aro de color azul. Por tanto, ¿qué sentido tendría colocar un aro al final? Es evidente, continuó mi hijo, que el preso no necesita pasar por ningún aro porque la escapada es un acto secreto del que no debe rendir cuentas a nadie, si es que quiere conservar su libertad, y que se realiza sin seguir las indicaciones de nadie, como no sean las de sus compañeros de huida, si los hubiera, pero que en todo caso dichas indicaciones, que además pueden ser mutuas, serían lo contrario de lo que significa “pasar por el aro”. Por otro lado, tampoco nadie que no fuera el preso pondría un aro en la salida, porque nadie conoce el camino de un preso que consigue escapar. Claro que, si alguien conociera las intenciones de un preso y pusiera un aro azul justo al final de su escapada, se me ocurre, prosiguió mi hijo, que el fin sería ridiculizarlo antes de apresarlo de nuevo. Esto sonaba muy raro.
Así que a aquel juego había que buscarle otra explicación. Mi hijo sonrió levemente y dijo: “Papá, este preso puedes ser tú o cualquier persona mayor”. Sí, por lo visto, los adultos nos entretenemos dando vueltas por caminos previamente trazados por otros creyendo muchas veces que los elegimos nosotros y que al final -y en ocasiones con grandes esfuerzos- creemos alcanzar nuestras metas. Pero ¿el aro azul para qué sirve? Pues, siempre según mi hijo, para convencernos a nosotros mismos y a los demás de que hemos alcanzado la meta, a la manera en que el domador hace pasar a sus fieras por el aro al final de un espectáculo.

martes, 6 de enero de 2015

                               Mirando al cielo


                                                         Navegando entre nubes



                                                          Primavera inesperada



                                                              Artificio natural



                                                              ¿Un solo rostro?

viernes, 2 de enero de 2015


Hay un cartel luminoso en una peluquería de la Gran Vía de Madrid que cada quince segundos grita a la cara de los consumidores una verdad que no parece incomodarlos: SOLEDAD.