Un juego de mayores
(Basado en un juguetito real)
Mi
hijo devoró el huevo de chocolate y después abrió el huevo de plástico amarillo
que había encontrado dentro del primero. Sacó las piezas del juguetito y
comenzó a montarlo. Cuando acabó nos quedamos mirándolo extrañados: sobre una
pequeña peana se sostenía una pieza vertical plana que estaba atravesada de
arriba abajo por una estrecha hendidura sinuosa; en la base, una pequeña
plataforma estaba encajada en la hendidura y sobre ella había un cartoncito
doblado que tenía a ambos lados el mismo dibujo de un preso, con su traje a
rayas característico; y en la parte alta, donde acababa la hendidura, había un
aro azul un poco más grande que el trozo de cartón doblado.
Él
en seguida se puso a jugar con aquel artilugio absurdo. Cogía con dos dedos la
plataforma y la empujaba por el camino marcado teniendo cuidado de que no se cayera
el cartoncito con la figura que iba encima. Al llegar al final empujaba al
preso, que atravesaba el aro y caía al suelo. Y vuelta a empezar.
Cuando
llevaba un rato jugando le dije: “Qué
juego tan tonto, hijo ¿por qué no lo dejas?”, “No papá, es muy divertido y
además es de mayores”, me contestó. ¿Cómo? Le pedí que me explicara lo que
quería decir y me dijo que no había que tratar de entender el juego
literalmente, pues los presos no se entretienen por el camino dando vueltas y
más vueltas cuando tratan de escapar, pero sobre todo al final de su huida no
tienen que pasar por ningún aro de color azul. Por tanto, ¿qué sentido tendría
colocar un aro al final? Es evidente, continuó mi hijo, que el preso no
necesita pasar por ningún aro porque la escapada es un acto secreto del que no
debe rendir cuentas a nadie, si es que quiere conservar su libertad, y que se
realiza sin seguir las indicaciones de nadie, como no sean las de sus
compañeros de huida, si los hubiera, pero que en todo caso dichas indicaciones,
que además pueden ser mutuas, serían lo contrario de lo que significa “pasar
por el aro”. Por otro lado, tampoco nadie que no fuera el preso pondría un aro
en la salida, porque nadie conoce el camino de un preso que consigue escapar.
Claro que, si alguien conociera las intenciones de un preso y pusiera un aro azul justo al final de su escapada, se me ocurre, prosiguió mi hijo, que el fin
sería ridiculizarlo antes de apresarlo de nuevo. Esto sonaba muy raro.
Así
que a aquel juego había que buscarle otra explicación. Mi hijo sonrió levemente
y dijo: “Papá, este preso puedes ser tú o
cualquier persona mayor”. Sí, por lo visto, los adultos nos entretenemos dando
vueltas por caminos previamente trazados por otros creyendo muchas veces que
los elegimos nosotros y que al final -y en ocasiones con grandes esfuerzos-
creemos alcanzar nuestras metas. Pero ¿el aro azul para qué sirve? Pues,
siempre según mi hijo, para convencernos a nosotros mismos y a los demás de que
hemos alcanzado la meta, a la manera en que el domador hace pasar a sus fieras
por el aro al final de un espectáculo.