Después de la anterior campaña
publicitaria del banco Sabadell, que titularon Nuevos tiempos y que iba dirigida a la gente y a las empresas en
general (ya conté cómo uno de los anuncios televisivos de la misma me cambió la
vida, por cierto), en la que se trataba de que mirásemos el futuro con
confianza y optimismo a la vez que se reforzaban los “valores” de proximidad,
confianza y compromiso con los clientes, nos sorprenden ahora con otra que se
llama 100 respuestas inmediatas. Esta
vez se trata de dirigirse a todo aquel que tenga un negocio, un comercio o sea
autónomo, con la intención declarada de “desplazarse para nuestras
necesidades”. Para ello nos muestran las respuestas “naturales e improvisadas”
de una serie de personalidades españolas que aparecen, como es habitual, en
primer plano y en blanco y negro, y de esta forma intentan producir cierta
sensación de “veracidad”.
En
realidad no importa que dichos anuncios vayan dirigidos a trabajadores o a
empresarios, pues, como dice el filósofo Antonio Valdecantos, sin ningún asomo de ironía, los empresarios
son los que más trabajan y los trabajadores son también empresarios,
especialmente en sus “vidas privadas”. Así que todos nos podemos beneficiar de
los mismos consejos prácticos.
Una
de esas conversaciones con respuestas inmediatas se puede ver en Internet y
tiene al exjugador de baloncesto Fernando Romay como interlocutor; dice así:
0:05 ¿Qué es lo que podría salvar el mundo?
0:08 La humanidad
0:10 Sí, sí... La conciencia. Que la humanidad tome conciencia de que tiene que salvar el mundo
0:15 Parece que últimamente lo único que quiere es solo salvarse su...
0:20 ¿culo se puede decir?
Dejemos a un
lado el sarcasmo horrible que significa que el banco Sabadell diga que
lo único que quiere alguien (la humanidad,
en este caso) es salvar su culo, cuando fue este mismo banco el que compró la
Caja Mediterráneo (CAM) en 2011 a precio de saldo (un euro) para ganar cuota de
mercado sin importarle lo más mínimo que el Estado hubiera “rescatado”
previamente dicha Caja y saliera perdiendo (por varios miles de millones euros)
con la operación. Si yo hubiera tenido que responder a esa pregunta del Banco,
habría preguntado primero ¿Salvar el
mundo de qué?, pero comprendo que, cuando el objetivo es la inmediatez, no
caben preguntas por parte del que responde, con lo cual yo habría respondido
seriamente: “Está claro: ¡los superhéroes!
Apenas llevan ochenta años intentándolo, pero démosles tiempo, que la empresa
no es fácil”. Por otro lado, es innegable que el toque de naturalidad lo
aporta el Banco insinuando la palabra culo, que nos cuela con un alley-oop Romay magistralmente. Para
terminar de glosar la pieza de inmediatez y naturalidad en que consiste esta
conversación, voy a citar textualmente unos párrafos del libro “La excepción
permanente” (Díaz & Pons Editores) del profesor Valdecantos, que pertenecen
al capítulo “Keywords para el súbdito
tardomoderno”:
“Toda
época y todo espacio están atados a cierto repertorio de conceptos de uso
obligatorio que forman una tópica a menudo difícil de describir, y en ocasiones
muy resistente a cualquier inspección lúcida. Siempre hay, en efecto, un
diccionario de conceptos vigentes que no son meras palabras dotadas de
significado, sino dispositivos de placer, ingenios de destrucción, aparatos de
vanidad o máquinas de tortura. No cabe, por ejemplo, usar las palabras
“información”, “proyecto”, “vivencia” o “flexibilidad” sin prestar acatamiento
a órdenes despóticas, y por lo general imbéciles, comprendidas en el corazón de
cada uno de esos términos, verdaderos centros de potestad que gobiernan
entendimientos y voluntades con mano de hierro candente. Como los hados, las keywords guían a quien les obedece y arrastran
a quien se les resiste.” […] “Lo único inteligente y honrado que cabría, si
fuera posible, con este género de palabras es no usarlas nunca, y lo deseable,
no haberlas usado jamás.” […]
“La
autoridad de los modernos se asienta en eso a lo que, con un carácter sacral
semejante al que tenía el de los antiguos, se llama conciencia, un órgano
sabedor de lo que se debe hacer y evitar hacer, y que ha de autorizar acciones
y omisiones, aunque carezca de cualquier capacidad físicamente coactiva, salvo
la poseída por las potestades que sigan sus consejos.” […]
“Contra
lo que creyó Arendt, los tiempos modernos no han eclipsado la autoridad; tan
sólo han inventado una nueva a su medida. O, mejor dicho, han forjado dos: una
verdadera y otra falsa. La versión moderna de la autoridad tendrá que asentarse
en una destilación de la idea del yo que permita investirlo de atributos
sacrales y tratarlo con toda la distancia exigida por lo numinoso. Tal cosa
sólo puede parecer una quimera a quien ignore que para la modernidad no hay
empresas imposibles: el respeto que
el propio yo reclama para sí en cuanto soporte de una “humanidad” sagrada es
fundamento suficiente para la erección de una forma de autoridad que se
distinga netamente de cualquier poder, y que se acople con las potestades de
hecho en manera parecida a lo que en la República romana ocurría con la auctoritas y la potestas. El propio yo podrá ser para los modernos materia de
exhibición impúdica, de disciplina férrea, de dispendio inmoderado, de
aplicación tecnológica, de expresión compulsiva, de aprovechamiento casi
pecuario, de transgresión festiva de cuidado escrupuloso o de la más metódica
de las investigaciones, pero también permite ser usado como fuente de una
seguridad incuestionable, necesaria para convalidar cualquier acto de poder.
Basta con que lo mandado no lesione la conciencia del súbdito para que obtenga
la autorización que necesita. Repárese en las leyes que amparan la llamada
objeción de conciencia, las cuales son, en realidad, el más poderoso agente de
autoridad del que quepa echar mano: si hay cierta clase de obligaciones cuyo
cumplimiento puede declinar el súbdito por motivos de conciencia, se sigue que
todas las demás están autorizadas por esta instancia, y en rigor no se exige
nada más para que la cruda potestad reciba el respaldo de la forma moderna de
la auctoritas.”
Otra respuesta
inmediata a una pregunta del Banco nos la da el tenista Rafael Nadal, y ésta no
es necesario buscarla en la Red porque la podemos ver actualmente en varios
anuncios en la vía pública, al menos por Madrid. Ahí va:
- ¿Qué es lo
primero que haces cuando te levantas?
- Apagar el
despertador
Breve, pero llena de sabiduría. Por una parte, si atendemos
al sentido normal de la respuesta, que se refiere a lo que hace Nadal al
despertarse (y no al levantarse), nos está diciendo Ya veis, soy como cualquier otro trabajador, apago el despertador y me
levanto. Pero, por otro lado, si nos fijamos en el sentido literal de la
pregunta y la respuesta, resulta que Nadal oye el despertador, después se
levanta y finalmente lo apaga. Es raro, sí, pero aquí está una de las claves
del éxito deportivo -que es en realidad el espejo del éxito laboral y
empresarial en que toda persona que quiera triunfar en la vida debe mirarse -,
sí, levantarse de un brinco de la cama en cuanto suena el despertador, sin
remolonear, con la actitud positiva y enérgica que se necesita para afrontar un
día de trabajo duro.
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